Por: Solange Jimenez
La innovación, vista como la mejora de productos, servicios y procesos, es el resultado de las fases de investigación y desarrollo, mayormente conocido como I+D.
La innovación va más allá de la novedad. Alcanzar la innovación a través de un proceso de I+D requiere de un equilibrio regulatorio, económico y técnico, para una introducción exitosa y aceptación en el mercado.
El proceso de I+D consume las fases de inicio, planificación, ejecución y cierre de cada uno de los proyectos.
Durante la fase de inicio se conceptualiza el proyecto, buscando entender qué quiere el cliente o usuario y qué tan factible es su idea. Durante esta fase, es preciso agotar un proceso de investigación científica-tecnológica que pueda arrojar la factibilidad regulatoria, económica y técnica de la potencial innovación.
La factibilidad regulatoria determina si el sector al que está enfocada la innovación es regulado o no y si lo es, conocer qué me está permitido hacer y qué no.
La factibilidad económica determina qué rentabilidad tiene mi modelo de negocios, basado en el precio máximo y mínimo que el mercado está dispuesto a pagar.
La factibilidad técnica encuentra el alcance máximo y mínimo a nivel de cantidad de funciones de la innovación, requerido para ser atractiva en el mercado, de acuerdo a las limitaciones de tiempo y presupuesto.
Durante las fases de planificación-ejecución, se realiza un proceso de desarrollo-innovación, de acuerdo a iteraciones de trabajo basadas en prueba y error, hasta llegar al resultado final.
Durante la última fase o etapa de cierre, son entregadas las conclusiones del proyecto y se determina si la innovación puede ser formalizada o no. En caso de que si, la innovación quedaría en forma de patente, derecho de autor, aprobación regulatoria o venture capital.